Hace apenas 50 años si dabas un paseo por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos podías encontrar en la categoría “Sexual deviations” tratados sobre pederastia, incesto, violaciones y… homosexualidad.
Pero en los 70, gracias a los esfuerzos de la Task Force on Gay Liberation, un subgrupo de la American Library Association, los ensayos de temática gay cambiaron de estantería. Pasaron de “Sexual deviations” a “Sexual life” (a decir verdad, la mudanza material, de estantería, vino mucho después, pero permitidme la licencia simbólica).

A partir de ese momento si te interesaba algo sobre el movimiento de liberación gay ya no tenías que buscar entre textos de crímenes sexuales.
Así, más allá de la información que contenían los libros individualmente (gracias a la particular disposición, y no otra, de las frases, palabras y letras que los componían), su propio contexto también proporcionaba nueva información, una que no residía en las obras, sino en la relación entre ellas.
Esta información estructural en algunos casos puede ser enorme y cambiar totalmente el sentido de lo que percibimos. Es lo que sucede por ejemplo con el efecto Kuleshov en montaje audiovisual, que describe cómo hay más significado en la relación entre tomas que en una sola toma aislada:
Poniendo en orden, lo que Le Corbusier llamaría “crear arquitecturas”, contamos historias. Dos objetos sin relación pasan a tenerla si los colocamos juntos. Dos eventos paralelos pasan a ser percibidos como causa-efecto si los presentamos en secuencia.
Los sistemas de organización no solo son descripciones de la realidad. No son neutrales; son normativos: sus historias nos influyen y nos susurran cómo debe ser el mundo.