Cuando entró en la oficina sólo quedaban tres personas. Eran diseñadores de interacción. Los tres estaban ensimismados en sus puestos de trabajo.
Se acercó al primero, que estaba usando el ordenador, trazando cajas y líneas en blanco y negro, con mucha concentración y mimo. Observó cómo a veces se acercaba a la pantalla para asegurar que la alineación era correcta.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Preparo un entregable para un cliente—respondió.
Se dirigió entonces al segundo, que movía en su ordenador cajas de un sitio para otro con mucho menos esmero que el primero.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Diseño una interfaz—dijo rápidamente.
El tercero tenía el ordenador apagado; estaba ante una libreta, dibujando descuidadamente también cajas y líneas, tachando continuamente y volviendo a empezar.
—¿Qué haces? —preguntó por tercera vez.
—Hago más eficiente pagar en un parquímetro—contestó.
Al salir de la oficina se encontró a un cuarto compañero en la calle. Estaba apoyado en la pared, con las manos en los bolsillos, mirando fijamente cómo alguien usaba un parquímetro.
—¿Qué haces?
—Intento mejorar la vida de la gente de la ciudad.