Belleza interior

A finales de la década de los 90, empresas como Dyson, Apple o Nintendo lanzaron al mercado aspiradoras, ordenadores y consolas portátiles con una característica común: estaban construidos en plástico transparente que permitía ver su interior.

Que algunos objetos muestren sus entrañas puede tener ventajas puramente funcionales: por ejemplo los mecheros translúcidos nos permiten ver cuánto gas queda o las ventanas de los hornos de cocina posibilitan observar el estado de nuestra comida. ¿Pero de qué nos sirve contemplar el interior de una Game Boy Color? ¿Qué gracia tiene ver la placa madre de un iMac?

En la película Vital, de Shinya Tsukamoto, un estudiante de medicina ve fallecer a su novia en un accidente de tráfico. En un macabro homenaje, y en un acto de pura belleza enfermiza, el estudiante consigue el cuerpo de su chica para poder diseccionarlo.

Tsukamoto convence al espectador que el interior es terreno de un amante, algo íntimo, privado. ¿Puede suceder lo mismo con los objetos? ¿La desnudez y transparencia nos puede transmitir confianza o seguridad? ¿O no tiene sentido buscar una racionalización a nuestra diáfanofilia? Quizás sólo se trate de una respuesta emocional preconsciente: una reacción, y que Donald Norman me perdone por el juego de palabras, inocentemente visceral.

Un día de furia

Llaman a la puerta. Abres y te entregan un pedido que estabas esperando. Viene convenientemente protegido en una caja de cartón. Pruebas a abrirla y te das cuenta que está pegada con cinta adhesiva. Intentas quitarla pero no sale entera, se te quedan pequeños trozos pegados en los dedos. Decides ir a buscar unas tijeras. Cortas la cinta y sacas por fin el contenido del paquete.

Tu compra viene envuelta en un plástico con una tira roja que sobresale en un lado. Se trata, como no, de un “abre fácil”. Tiras de ella y se te queda en las manos. Un trozo de plástico se ha desgarrado, pero no es suficiente para desprender el resto. Descartas usar las tijeras, no quieres estropear nada accidentalmente, así que tiras del plástico fuertemente hasta que lo rompes por la mitad, sacando buena parte de él.

El trozo que has sacado se queda pegado en tus dedos por estática. Intentas despegarlo sacudiendo pero no salta. Tiras de él con la otra mano y lo único que consigues es cambiarlo de sitio. Sacudes de nuevo y finalmente cae al suelo. Al ser transparente no ves dónde ha aterrizado, así que te agachas a buscarlo, lo recoges cuidadosamente con las puntas de los dedos y lo depositas en una mesa. Ahí se quedará durante una semana.

Te queda otro trozo de plástico, que enfunda perfectamente el objeto. No puedes tirar de él, está demasiado ajustado, ni tampoco pellizcar con los dedos. Decides volver a coger las tijeras. Las introduces y cortas. Tu compra se ralla. Te da igual. Ya no importa el objeto ni tu integridad física. No existe mañana. Eres tú contra el packaging. No hay nada más en el mundo. Estás furioso, cabreado, frustrado… eres víctima del wrap rage.

Vera y la serendipia

En la película Unmade Beds hay una escena en que Vera, la chica protagonista, es regañada por su jefe por dejar un libro donde no toca. Vera trabaja en una librería y parte de su cometido es mantener cierta organización, pero considera que tener un libro fuera de sitio permite que clientes que nunca lo habrían ido a buscar lo descubran por azar.

Cuando diseñamos sistemas interactivos buscamos siempre ofrecer orden y organización al usuario: debe saber en todo momento qué hacer para encontrar lo que busca o necesita, pero… ¿no es bonito perderse a veces?

En algunos contextos puede tener sentido ofrecer una organización que permita sumergirse en los contenidos, perderse por ellos sin tener referencias ni sistemas de orientación. Esto es justamente lo que hacen en el videoclub online @filmin (probablemente por sugerencia del estudio de diseño @vostokstudio) donde hay una forma de navegar por las películas que responde a la pregunta “¿Qué te apetece ahora?”.

Quien decida explorar el catálogo de esta forma verá que tiene a su disposición categorías como “Para días de lluvia”, “Lo que le gusta a Tarantino” o “Comer una hamburguesa”, opciones que parecen la antítesis de la buena organización pero tienen intencionalidad: son puertas a la serendipia y mecanismos para que el usuario no sólo disfrute viendo la película, sino también en su búsqueda.

Lecturas de agua

Hace unos años, en el marco de un proyecto en @Usolab, visité varias empresas de gestión y distribución de aguas con el objetivo de conocer cómo funcionaban por dentro. Iba a hablar de investigación contextual, pero antes que alguien me diga que uso «palabras inventadas» (sic) dejémoslo en que observábamos cómo trabajaba el personal y hacíamos algunas preguntas en el proceso.

En una de las compañías visitadas se revisaban los contadores de agua siguiendo el método tradicional: alguien recorría las calles haciendo anotaciones y al mediodía regresaba a la central con las lecturas. A partir de ese momento una persona se encargaba de pasarlas al ordenador con la ayuda de un compañero que las iba leyendo.

Me fascinó lo rápido que introducían las lecturas, pero me extrañó ver que siempre parecían escribir un dígito más de la cuenta. Pregunté sobre el tema y me explicaron que efectivamente para cada lectura tecleaban un número adicional que aparecía en la pantalla.

Es habitual que mientras se introducen lecturas se desplace accidentalmente la mano del teclado de forma que, por ejemplo, se teclee “4 5” en lugar de “5 6”. Para evitar que se pudieran teclear varias lecturas seguidas incorrectamente, el sistema obligaba a introducir un número extra conocido y alertaba en el caso que no coincidiera. Vamos, que se trataba de una especie de control de redundancia para verificar la integridad de datos y un precioso ejemplo de (¡alerta, palabra inventada!) poka-yoke.