Overwatch es un reciente videojuego desarrollado por la empresa Blizzard. Se trata de un FPS, un juego de disparos en primera persona, en el que se forman dos equipos de 6 jugadores que compiten entre sí por un cierto objetivo. La derrota o victoria está basada en lo que hace el equipo y no únicamente en el desempeño individual de cada jugador.
Es habitual en este tipo de juegos poder ver en cualquier momento de la partida cómo lo están haciendo tus compañeros, activando estadísticas varias, especialmente el número de bajas (kills) efectuadas por cada jugador.
Scoreboard de Battlefield 4 (tomado de Total Gaming Network) mostrando «K/D», kills/deaths.
En algunos juegos, para estimular que los jugadores no se centren simplemente en matar, no se muestran las bajas, sino unos puntos que se otorgan según las acciones que está haciendo cada miembro del equipo.
Scoreboard de Team Fortress 2 (tomado de Scalari.net)
Pero uno de los objetivos de diseño de Overwatch, según su director Jeffrey Kaplan, fue eliminar el individualismo y la competencia interna (entre miembros del equipo) inherente de este tipo de juegos. Para contribuir a ello tomaron una decisión interesante: no mostrar ningún dato concreto sobre los demás jugadores.
The difference between information, data and content is tricky, but the important point is that the absence of content or data can be just as informing as the presence.
En Overwatch, Kaplan y su equipo han decidido eliminar datos para moldear la información que los usuarios percibirán. La realidad, del juego, sigue siendo la misma, pero al cambiar la fotografía que mostramos al jugador estamos influenciando en sus prioridades y, con ello, en su comportamiento.
So we basically stopped displaying any form of scores, kills, deaths because it really wasn’t telling the story of who was doing their job properly to win or lose as a team. And really, what it’s all about is, «Did you win or lose as a team?» None of that other stuff really matters at the end of the day.
Como algunos sabréis, sigo desde hace tiempo las andaduras del director de cine (y daily vlogger) Casey Neistat.
Este personaje, que asumo puede despertar odio y amor a partes iguales, tiene un aparente desprecio absoluto por las herramientas que utiliza para grabar. En cualquiera de sus vídeos es fácil comprobar cómo trata despreocupadamente su cámara y es habitual verle visitar tiendas de fotografía para, simplemente, cambiar la lente que acaba de destrozar en la toma anterior.
Varias veces Casey Neistat ha descrito los principios que rigen este comportamiento, pero nunca tan bien como en un reciente vídeo:
“All I want from my camera gear is to get the hell out of my way, so I can make videos”
Todo lo que hay entre él y su audiencia, dice, son dificultades a las que debe hacer frente, pero que en ningún caso son el foco u objetivo de su trabajo.
Tomado de Casey Neistat
Todos los que hacemos trabajo no tangible, como arquitectura de información, estamos en una situación similar. Queremos comunicarnos con una audiencia (un cliente, un compañero de trabajo, desarrolladores, un supervisor…) y para ello usamos herramientas de prototipado, entornos para compartir ficheros, servicios de videoconferencia y obviamente el propio sistema operativo de nuestro ordenador.
Lo lógico sería que estos intermediarios digitales fueran lo menos importante de nuestra profesión, pero curiosamente no es así. En algunos cursos de formación del sector se dedican más horas a aprender a utilizar herramientas concretas que a realmente diseñar. Veo más ofertas de trabajo solicitando “Experto en Axure” que “Arquitecto de información”. Y algunos currículos parece que la única forma que tienen de justificar su experiencia es en “horas de vuelo” de Sketch.
Al final todo este asunto me recuerda a la clásica pregunta que hacen algunos curiosos a los fotógrafos: “¿saca buenas fotos esta cámara?”.
De momento, al menos, nadie me ha preguntado si mi Axure saca buenos prototipos.
Llego a una puerta, agarro la barra vertical y estiro. No se abre. Estiro de nuevo. Sigue sin abrirse. Veo entonces un cartel indicando “Empujar” y una cierta sensación de estupidez me invade.
No creo que esta situación os resulte muy extraña. La tecnología nos hace sentir estúpidos cuando no sabemos utilizarla. Nos sucede con los ordenadores, los grifos del baño y constantemente con todo tipo de puertas. En The Psychology of Everyday Things, Donald Norman introduce este tipo de situaciones y las ejemplifica justamente hablando de puertas. Son las llamadas «Norman Doors», puertas cuyo diseño nos indica que se deben abrir de una forma, pero realmente se abren al revés.
La revista Vox hizo recientemente un divertido vídeo con Norman sobre este tema:
Los que nos dedicamos a la usabilidad no solo intentamos que la tecnología, especialmente la digital, sea más fácil de comprender, aprender y utilizar; también pretendemos «evangelizar» para que cuando no sepamos utilizar algo no nos sintamos tan estúpidos, ya que en general la culpa no es nuestra, sino del diseño. ¿Pero lo estemos haciendo bien?
En el encuentro anual de profesionales de experiencia de usuario UXSpain, Asier Arranz hizo una interesante demostración en vivo de realidad virtual con unas Microsoft HoloLens. Durante la demostración intentó hacer una llamada vía Skype al centro de control del auditorio, pero a la primera no funcionó y tuvo que reiniciar Windows 10. “Esto nunca cambiará”, bromeó. Al segundo intento sí arrancó la videoconferencia y la sala estalló en un aplauso.
¿Por qué aplaudimos?
No me malinterpretéis, no le quito mérito a la charla ni al trabajo de Asier, y tengo presente que se trataba de un modelo especial, no comercializado y para desarrolladores; pero el aplauso me parece muy ilustrativo de las bajas expectativas que tenemos, me incluyo, con la tecnología digital.
Mi sensación es que ya no atribuimos tanto los problemas a nuestra torpeza, pero sustituimos la culpabilidad con simple condescendencia. Hemos llegado a un punto en que aceptamos que los programas se queden sin memoria y se bloqueen; que perdamos documentos de vez en cuando; que nuestro router deje de funcionar y tengamos que reiniciarlo (llegando al extremo de personas que compran sin ruborizarse este tipo de dispositivos); o que la mitad de llamadas que hacemos por Skype no conecten a la primera.
Nos sentimos tan identificados con el chiste de “esto nunca cambiará” al reiniciar Windows 10 que reímos implicados.
450 personas que nos dedicamos a la experiencia de usuario aplaudimos cuando algo, simplemente, se limita a funcionar como estaba previsto.
Da que pensar sobre dónde estamos realmente en la jerarquía de necesidades de Stephen P. Anderson.
Es difícil escribir de alguien llamado Michael Jackson sin pensar en el rey del pop, pero hoy quiero hablar de otro Michael Jackson, un escritor y periodista inglés, que dedicó mucha tinta a una bebida que todos conocemos.
En su clasificación, por ejemplo, diferenciaba entre “Ales” y “Lagers”, cervezas de alta o baja fermentación; y dentro de “Ales” organizaba varios estilos en dos grandes categorías: cervezas británicas y cervezas belgas. A las primeras se les atribuía el origen de la “Pale ale”, una cerveza que originalmente se hacía con maltas pálidas, y dentro de “Pale ale” describía la “India Pale Ale”, un subestilo pensado para ser exportado a la India, que incluía dosis exageradas de lúpulo por sus propiedades conservantes y bactericidas.
Los libros de Jackson utilizan esta clasificación para que el lector no solo considere las características puramente organolépticas. Jackson daba mucha importancia al contexto cultural de cada cerveza, cómo y dónde se elaboraba y cómo la llamaban los autóctonos de cada lugar.
Al principio del Beer Companion, Jackson escribe:
«No one goes into a restaurant and requests ‘a plate of food, please’. People do not simply ask for ‘a glass of wine’, without specifying, at the very least, whether they fancy red or white, dry or sweet, perhaps sparkling or still … when their mood switches from the grape to the grain, these same discerning people folk often ask simply for ‘a beer’, or perhaps name a brand, without thinking of its suitability for the mood or the moment … beer is by far the more extensively consumed, but less adequately honoured. In a small way, I want to help put right that injustice.»
BJCP
Otra clasificación reciente a la que los cerveceros dan bastante importancia es la publicada en la guía de estilo de 2015 del Beer Judge Certification Program. Esta organización se dedica básicamente a proporcionar a la comunidad unas guías de cómo debería ser una cerveza para pertenecer, o no, a un cierto estilo. Para ello usan criterios básicamente organolépticos, dando menos importancia al contexto cultural o incluso procedencia de la cerveza, a no ser que ésta sea, justamente, la que marque claras distinciones sensoriales.
La guía que publican, de hecho, está pensada para ser utilizada en concursos de cerveza casera, donde los cerveceros inscriben sus creaciones y compiten en categorías concretas. Se valora, pues, no tanto las características hedónicas de cada cerveza, sino su buen encaje en el estilo en el que se ha inscrito.
Un ejemplo de este criterio es el siguiente:
“English brewers, particularly when dealing in a historical context, might separate ales from porters and stouts as types of beer (although in the next breath, saying there is no difference between porters and stouts). When dealing in even more historical contexts, they might go even further to describe ale as distinct from beer in that beer was hopped (or more highly hopped) than ale. These historical notes are important for understanding old recipes and writings, but have little relevance today in the common usages of terms describing beer.”
Este criterio es lo que provoca situaciones curiosas, como tener una categoría “IPA” (India Pale Ale) que comprende estilos como “American IPA” o “Rye IPA”, pero ignora la “English IPA” que está incluida en otra categoría llamada “Pale Commonwealth Beeer” junto a estilos como la “British Golden Ale”.
English IPA en «Pale Commonwealth Beer»
Esta decisión, que puede parecer absurda, tiene toda la razón de ser si la analizamos desde el punto de vista de un juez de un concurso de cata: independientemente de que una “American IPA” sea una evolución histórica de la “English IPA”, los niveles de amargor y el balance de estos estilos son muy distintos. No tendría sentido hacer competir en la misma categoría cervezas tan diferentes.
Y que se decida desterrar la “English IPA” de la categoría “IPA” es pura consecuencia de la evolución del significado de la expresión “IPA”: hoy en día, cuando un consumidor pide una IPA se espera unas características que están muy alejadas de lo que aporta una “English IPA” tradicional.
Mercadona
Visto todo lo anterior, puede sorprender que al entrar en el sitio web de Mercadona nos encontremos con solo tres distinciones de cervezas: “Especialidades”, “Normal” y “Sin alcohol”.
En “Especialidades” Mercadona no solo sitúa alguna que otra cerveza de importación tipo Grimbergen Double Ambrée, sino también referencias mundanas como una Shandy Cruzcampo (una clara) o incluso lo que llama “Cerveza Fuerte Voll-Damm” (sic).
Las «especialidades» de Mercadona
En los supermercados físicos la clasificación es parecida: sin ningún etiquetado evidente simplemente se agrupan las cervezas “normales”, realmente lagers industriales tipo pils, como podría ser una Estrella Damm; y en otro lado se nos ofrecen “especialidades” como cervezas de importación y alguna que otra cerveza artesana local.
Arquitecturas de cerveza
¿Está mal la clasificación de Mercadona? ¿Es mejor la del BJCP? ¿O quizás es Jackson quien acierta?
Antes de clasificar algo debemos preguntarnos por qué estamos clasificando y para quién lo estamos haciendo.
El libro de Jackson es una herramienta de aprendizaje para cerveceros; la guía de la BJCP un instrumento de evaluación para jueces; y Mercadona un supermercado, sin ningún interés pedagógico, para cualquier persona cuya máxima aspiración cervecera será, probablemente, “probar hoy algo nuevo”.
Crear arquitecturas, como decía Le Corbusier, es “poner en orden”. Ordenando generamos arquitecturas de las que es posible interpretar una cierta información. Nuestra responsabilidad, como arquitectos, es facilitar esa interpretación creando las arquitecturas adecuadas a la información que queremos transmitir.